Cuando vi a Débora en el terminal no me sorprendió. Temí más la reacción de josué ante el impacto de ver a su hija en los dominios de otro hombre. Es bastante marcada esa lucha territorial que existe entre los hombres, cuando una hija pasa de un bando a otro... Quizás sea un simple pololeo de chiquillos, pero ante todo mi marido no deja de ser el protector de nuestra pequeña Débora.
Pienso en mi situación y veo que no pasó lo mismo en nosotros. Yo no tenía esa figura paterna que estuviera marcando su jurisdición sobre mi.
Mi papá falleció cuando yo tenía diez años y al conocer a Josué, yo tenía 22. Iba en mi cuarto año de Pedagogía Básica en el Glorioso Insituto Pedagógico (en ese tiempo de la univerisdad de Chile). Me tocó caminar allá en los tiempos de dictadura, donde se propugnaba que Dios no era la solución a nada, que las dificultades de represión que vivíamos en esos días eran todas permitidas por un Dios indolente, a quién poco importaban el sufrimiento y la libertad (cuando creían en "algo"). Me topé con teologías comunistas para acercar a Dios a los filósofos, pero no enganché mucho. Aún en todo ese tumulto ideológico, por aquellos días participé el año que me quedaba de estudiante con unos chicos cristianos del Grupo Bíblico Universitario del Pedagógico. Allí con los chicos aprendí que se podía vivir firmemente con una esperanza renovada día a día y que Dios estaba pendiente de todo lo que sucedía. A través de la comunión con ellos, Dios me mostró su amor y le pedí perdón por vivir tantos años enojadada con El, por haberme quitado a mi padre tan niña y haber tenido que dejar a mi mamá trabajando para sustentar nuestra casa. Creo incluso que la elección de la carrera respondió inconcientemente a esa proyección de mi cuando niña y de no querer que otros fueran abandonados también...
Así las cosas. Josué tiene el privilegio de poder tener una hija a la cual celar y Débora un padre que le imponga su atención. Ambos son una bendición.